Hay quien piensa que lo mejor que se puede hacer con la encuesta del CIS es tirarla a la papelera. Otros opinan que no, que es un trabajo que costó mucho dinero y conviene conservarlo como documento, casi como si fuese el máster de algún ministro o una grabación de Villarejo, pero sin obtener de él conclusiones políticas. Es que el trabajo de campo se efectuó entre el 1 y el 11 de septiembre y entonces no había dimitido Montón, ni Pedro Sánchez estaba metido en el presumible desgaste de sus obras completas, ni el PP y Ciudadanos se habían empleado a fondo en sugerir su dimisión, ni Pablo Iglesias había utilizado el calificativo de «cutre». El valor político del barómetro es, por tanto, discutible. Pero sí merece otras consideraciones. La primera es que con Sánchez en la Moncloa, el Partido Socialista logra sobrepasar la barrera psicológica del 30 ?% de los votos y situarse a diez puntos del PP. Eso no lo soñaban ni los más optimistas antes de la moción de censura.

La segunda es que los datos demoscópicos sonaban un poco a cachondeo, porque cuando los conocíamos, conocíamos también un nuevo audio de la ministra de Justicia, veíamos su penosa explicación de las referencias que había hecho a Grande-Marlaska y se desmoronaba en su antiguo prestigio de fiscal. Y Sánchez, en Nueva York, lo cual le enaltece mucho, pero era un presidente que esquivaba a los periodistas. Quizá no quería repetir la defensa que había hecho de Carmen Montón.

Y la tercera, que ese PSOE triunfante en el sondeo ofrecía una imagen de patética soledad en cuanto se pegaba el oído a la tierra. Venía de una derrota en la previa de los Presupuestos, porque cogió un atajo para evitar el veto del Senado y el atajo estaba taponado. Y venía de un noviazgo con Podemos para terminar la legislatura, y los populistas tampoco podían aceptar el espectáculo de Dolores Delgado y le exigieron explicaciones en vísperas de pedir su dimisión.

Por tanto, la foto demoscópica del CIS no coincidía con la foto política que estábamos viendo. Era un retrato que se había quedado antiguo en unos minutos. Para volver a estar vigente, Pedro Sánchez depende de que le salga esta carambola: que la suerte le acompañe y no haya nuevos ministros que le hagan un roto; que el paso del tiempo permita olvidar el septiembre aciago donde todo pareció una conjura contra él; que consiga algo de desinflamación en Cataluña con su política de empatía; que la factoría Iglesias no le arrebate la iniciativa política; que su Consejo de Ministros no dé más espectáculos de descoordinación, y que la oposición siga sin encontrar un discurso seductor. De todas esas condiciones, esta última es la más verosímil. Las demás están por ver.

 
 
 
 
FUENTE: LAVOZDEGALICIA