La acumulación de problemas sobrevenidos por la gestión anterior del PP ha impedido que el Gobierno regional pueda presentar al cabo de los cien días un panel de actuaciones que dibujen sobre él un perfil reconocible

La vida es eso que pasa mientras hacemos otros planes. Esta frase, atribuida a John Lennon, viene pintiparada para describir los cien primeros días del Gobierno regional PP/Cs que inaugura la fórmula de la coalición en la historia de la autonomía murciana. Y es que la realidad se ha impuesto sobre la fantasía en apenas noventa días. Si el Gobierno había elaborado algún croquis para fijar el rumbo hacia el futuro en los primeros compases de su ejecutoria, éstos no han podido desafinar más, pues el guion inicial ha debido quedar suspendido para atender necesariamente a los sarpullidos de un estado de cosas que hasta ahora se pretendía que quedara oculto con la técnica de acumular la basura del salón bajo el sofá.

Una inoportuna DANA vino a trazar un test perfecto sobre el desorden urbanístico alentado durante los años de gobernación del PP y detectó con más claridad que la visión de satélite los dislates con que se ha consentido y alentado el liberticidio ladrillista, la atroz planificación del territorio (concepto desaparecido de la estructura administrativa) y la imprevisión sobre las consecuencias que más tarde o más temprano acarrearía la corrupción estructural sobre la que se sostiene la hegemonía política de esta Región.

A renglón seguido, mientras el presidente de la Comunidad hacía ejercicios de patrioterismo en el marco del Día de la Hispanidad, el Mar Menor enviaba al mundo un fax demoledor sobre su agonía terminal que desajustó las clavijas del discurso imperante y dejó a López Miras, en un primer instante, sin respiración, hasta que recuperó el resuello para hacer lo que suele de manera mecánica: apelar al Gobierno central, cuidando de que esto ocurra siempre que no sea de su signo político.

La imprevista repetición de las elecciones generales vino a establecer otro inoportuno test: los pactos autonómicos, aquí y allá, con la extrema derecha habían contribuido a que ésta legitimara su ideario hasta el punto de desbordar al resto de fuerzas políticas, de modo que el PP sigue de segundón, colgado de la brocha cada vez más virtual de Cs, en un ejercicio mutuo de sálvese quien pueda.

Tanta emoción acumulada por realidades sobrevenidas ha impedido que el Gobierno regional pueda presentar al cabo de los cien días un panel de actuaciones que dibujen sobre él un perfil reconocible. Más bien están empleados en el día a día y con respuestas improvisadas a la que salta, sin dibujar proyecto alguno, sin marco reconocible. El programa estractado que significaba el pacto PP/Cs ni siquiera ha sido esbozado, y las muy apreciables medidas de regeneración que se relacionaban en el primer capítulo de aquel documento ni siquiera están entre las prioridades, según observamos por la carencia de iniciativas al respecto.

No se han dado en estos cien primeros días resoluciones políticas que advirtamos como sustantivas, algo que podamos valorar ni siquiera negativamente. En la práctica, cabría sugerir que este Gobierno no gobierna, pues no hace algo que no sea anunciar propósitos, casi siempre determinados por la imposición de realidades no contempladas que, de pronto, se convierten en urgentes.

Lo más perceptible es que el PP conspira para hacer explosionar la crisis interna de Cs, cosa que no precisa de demasiado empuje externo, para quedarse en el Gobierno con los consejeros más adaptables, que olviden el inicial impulso regenerador, obligados por el desconcierto de su actual fase de recomposición. Mientras tanto, promueven una baja actividad en la Asamblea Regional (único espacio institucional en que tiene lugar la voz de la oposición) para aparcar al PSOE sin que al presidente de la Asamblea, de Cs, parezca sufrir por la sumisión a lo gubernamental del Parlamento que en su día elevó al máximo prestigio su antecesora, Rosa Peñalver.

La clave de que la Región se vaya al carajo mientras el PP sobrevive en el poder tiene una explicación clara: la evidencia de que es precisa una modulación para el cambio de modelo es algo aceptado en casi todos los estamentos, pero esto no es posible hacerlo de la noche a la mañana, de manera que la reacción a la perspectiva de un golpe de timón sea conservadora.

El PP ha visto venir la hecatombe económica y social desde hace años, pero carece de libertad para reconducir el mismo sistema que lo nutre electoralmente y del que, por tanto, depende. Esta es la razón fundamental de que en cien días no haya conseguido hacer visible algún tipo de nueva política y tenga que seguir respondiendo, con improvisada urgencia, a la regurgitación de los excesos de su propio pasado. No tiene más política que intentar parar lo que le viene de atrás.

La política (la vida) es lo que pasa mientras hacemos otros planes. Pero en lo que se refiere al Gobierno regional ni siquiera hay planes.

 

Fuente: La Opinión