ROBERTO L. BLANCO VALDÉS

 

En la campaña para las elecciones del domingo se ha producido un fenómeno que ha pasado casi inadvertido pese al auge del movimiento feminista. Dos mujeres (Cayetana Álvarez de Toledo, cabeza de lista del PP por Barcelona, e Inés Arrimadas, segunda de C’s en la lista de Madrid) han brillado con luz propia y probado que aventajan en todos los terrenos a los número uno -varones los cuatro- de los principales partidos nacionales.

Cayetana e Inés, Inés y Cayetana tienen dos cosas en común sobresalientes en el erial político que padecemos: su altísima formación, a años luz de la de la inmensa mayoría de nuestros políticos; y su destacada trayectoria profesional, igual de rara entre quienes se dedican a la vida pública en España. Entre doctorarse en Oxford de la mano del gran hispanista John Elliott, como la candidata del PP, y medio plagiar un bodrio de tesis clandestina, como Sánchez, media una distancia sideral. Entre trabajar, como Arrimadas, durante seis años de consultora de operaciones de una importante empresa, y convertirse en diputado regional nada más graduarse, como Casado, la distancia es similar.

Pero no es solo que ambas mujeres sean brillantes y se aparten del modelo de político profesional vigente en Europa. Las dos comparten otra cosa importantísima, por la que han sufrido constantes insultos e intentos de agresión por parte del nacionalfascismo separatista: su admirable coraje democrático; su insobornable hablar claro; su tenaz denuncia del falso consenso nacionalista que, convertido en brutal chantaje contra los discrepantes, ha acabado por reducirlos en su tierra a la intolerable condición de ciudadanos de segunda, de NO ciudadanos.

Para decirlo claro y pronto: Cayetana e Inés, Inés y Cayetana han asumido el protagonismo en la defensa de la libertad en la única parte de España donde aquella está hoy secuestrada por la confabulación golpista del separatismo etnicista y las instituciones regionales y locales que controla.

El pasado día 8, en una entrevista radiofónica, le preguntaron a Álvarez de Toledo que si no era legítimo ser separatista o que si serlo era peor que lo contrario. Lejos de achantarse a la contestación estándar, que el interrogador daba por segura, (¡claro que ser nacionalista es tan legítimo como no serlo!) la candidata del PP explicó con firme convicción que hay «sentimientos más positivos que otros», que la voluntad de fractura, de «no querer convivir con el vecino y querer convertirlo en extranjero» es sin duda peor que la voluntad de concordia, y que «querer convivir con los distintos a nosotros es mejor que no querer convivir con ellos sin lugar a dudas».

Es increíble que se necesite tanto valor para decir algo tan obvio, pero a eso hemos llegado después de años de cobardía política y moral.