Vamos otra vez a elecciones. Hasta los más optimistas hemos bajado los brazos. Hemos perdido. Lo único positivo que podemos sacar de la crisis política que estamos viviendo es la lección aprendida de la desastrosa experiencia. Tenemos la oportunidad de descubrir cómo nos hemos cargado los lazos de convivencia que aporta el sistema democrático y determinar qué es lo que no tenemos que volver a hacer en el futuro. Toda narración tiene un principio y estamos a punto de empezar una nueva historia. No estaría de más comenzar bien. Lo primero que tenemos que hacer es enterrar los restos contaminantes de lo padecido y arrancar la nueva etapa sin volver a cometer graves equivocaciones desde el inicio.

Una vez que el rey confirme en unos días que se convocan elecciones al no haberse configurado ninguna mayoría de gobierno, lo primero que deberíamos acordar es superar esta etapa. Es decir, agotar esta semana todos los reproches, descalificaciones, autojustificaciones, invectivas y victimizaciones en las que tengamos tentación de caer. Tenemos algo más de una semana para hacer terapia colectiva y desahogarnos. Si todos nos comportamos de la misma manera que lo hemos hecho estas últimas semanas, el resultado de lo que venga será exactamente el mismo. Si queremos otro desenlace, tendremos que asumir comportamientos diferentes y tomar decisiones distintas.

Sólo se puede cambiar una actitud errónea si se reconoce como tal. El PSOE quería gobernar después de haber sido, con significativa diferencia, la fuerza más votada en las elecciones. Ha fracasado en el intento. Unidas Podemos había tomado la decisión de formar parte de una coalición con los socialistas. No lo ha conseguido. También ha fracasado. Resulta tortuoso escuchar todo tipo de autojustificaciones al respecto enormemente discutibles. Lo que es indiscutible es que ambos partidos querían algo que han fracasado en su intento de conseguir.

La izquierda ha equivocado el trayecto seleccionado para llegar al destino previsto. La derecha tenía claro cuál era el fin de su viaje: impedir un gobierno progresista. Ha llegado con éxito. Lo ha conseguido, sencillamente, porque ha ido por el camino más directo sin distraerse un instante. Le ha dado igual todo lo demás. Se han saltado barreras, han pisoteado principios básicos de respeto democrático, han rechazado sus propios postulados y han llegado al punto de destino previsto. Por el contrario, las fuerzas progresistas se han desplazado por recorridos que siempre iban en la dirección contraria al final deseado. Querían acabar juntos en un punto de acuerdo y hoy están mucho más alejados los unos de los otros de lo que estaban al principio del viaje.

Parece que nos metemos en otra campaña electoral. Cada partido intentará lógicamente hacer lo posible para obtener el mejor resultado en las urnas. Ahora bien, será muy importante que desde el principio cada formación tenga claro dónde quiere terminar el nuevo trayecto que toca iniciar. Poco sentido tendrá que, si lo que se va a intentar tras el 10 de noviembre es alcanzar un gobierno progresista, se dediquen desde ahora a sacudir implacablemente a aquellos con los que luego quieren compartir su vida. No suena muy inteligente la estrategia de buscar el amor a base de declarar la guerra.

Si queremos acabar en acuerdos tenemos que crear ambientes y entornos que los favorezcan. Los grupos rivales no van a contribuir. Tampoco los medios de comunicación que, desgraciadamente, vivimos apasionadamente de poner el foco siempre en el conflicto para deleite general del auditorio. Así pues, sólo existirán territorios de colaboración e, incluso, debate enriquecedor, si lo propician aquellos que lo necesitan. Cuando escuchamos que se espera una campaña electoral especialmente agresiva y frentista cabe pensar hasta qué punto va a ayudar o va a entorpecer un posible entendimiento posterior.

Asumimos que muchos ciudadanos tienen la tentación de bajarse esta vez del tren. Si así ocurriera, parece evidente que el resultado electoral cambiaría. Cabría plantearse un interrogante. Se trata de determinar qué es más estimulante, si pedir a la gente que se implique en apoyar una causa belicista que, como acabamos de comprobar, acaba en fracaso o animar a los posibles seguidores a compartir un objetivo ilusionante de confraternidad para alcanzar un bien colectivo. Cabe el evidente peligro de que la campaña electoral dirija nuestro trayecto, de nuevo, en dirección contraria hacia donde queremos ir. Luego, perdidos en las antípodas siempre tendremos la justificación a mano de decir que hemos acabado allí por culpa de los otros.

Posiblemente, en la campaña que se avecina deberíamos ser más exigentes con los candidatos a la hora de conocer sus planes posteriores. No deberíamos conformarnos con la clásica respuesta de que su único objetivo es ganar. Saben que no es verdad. Estaría bien conocer sus alternativas reales de actuación según el resultado que obtengan. Eso ayudaría a todos a determinar el sentido de nuestro voto y a poder exigir después el cumplimiento real de lo comprometido.

En resumen, me dirijo a los que, como es mi caso, piensan sin duda votar el 10 de noviembre si hay elecciones. Creo que deberíamos implicarnos en contribuir a que esta vez evitemos cometer las mismas torpezas desde el primer minuto. Cada uno, con su pequeña aportación, algo puede contribuir a poder llegar finalmente al destino que deseamos. Ya hemos conocido el infierno político y a mí no me ha gustado ¿Por qué no cogemos esta vez otra autopista?

 
 

FUENTE: ELDIARIO