ENRIC JULIANA

 

Madrid, calle Génova, esquina Argensola, 11 h. El diputado-periodista Pablo Montesinos aguarda a que el semáforo se ponga en verde para cruzar la calle y entrar en la sede del Partido Popular. Montesinos parece nervioso. Es un buen tipo, bien considerado por sus compañeros de profesión, hasta hace un mes uno de los mejores informadores sobre la vida interna del PP. Decidió pasar al otro lado del mostrador y ahora debe responder a las preguntas de sus colegas. Hay tema.

El semáforo se pone en verde, Montesinos se atusa el pelo y cruza el paso cebra, entre tímido y torero. La nube de periodistas le rodea y lo engulle. Sorprendido por el enjambre, un viandante pregunta: “¿Ha dimitido alguien?”.

No ha dimitido nadie, pero el Partido Popular vuelve a ser “centrista”. Bandazo de Pablo Casado para intentar evitar otra debacle en la segunda vuelta del 26 de mayo. Hay mucha tensión acumulada en un partido que siempre se ha caracterizado por la disciplina en los comités provinciales. El Partido Alfa teme morir. Hay miedo a un auténtico descalabro orgánico, con riesgo de ruina. Circulan listas con los votos obtenidos por algunos candidatos marianista relegados al Senado, en comparación con las listas provinciales al Congreso. El moderado Iñaki Oyarzabal ha superado a Javier Maroto en Álava. Maroto, director de la campaña electoral, se ha quedado sin acta de diputado, y Casado le ha cortado la cabeza en un intento de calmar a las fieras. En Huelva, el candidato al senado Carmelo Romero ha sacado 16.000 votos más que el cabeza de lista al Congreso, José Luis Cortés, uno de los fichajes mediáticos de Casado. Carlos Floriano, aparcado en las listas del Senado, ha marcado la diferencia en Cáceres. El marianista Fernando Martínez Maíllo también ha planchado al candidato casadista en Zamora.

“Aquí todos dormimos en sábanas blancas pero no todos somos del Real Madrid”. Según fuentes conocedoras de la reunión de la ejecutiva, esta frase la pronunció ayer el locuaz José Antonio Monago, que vuelve a luchar por la presidencia de la Junta de Extremadura. Malestar. Malhumor. Revuelta cautelosa contra el oficialismo neoaznarista, a la espera de los resultados del 26 de mayo.

José María Aznar, el pianista de los tres teclados, se enfrenta a su segunda derrota clamorosa. La primera ocurrió en el 2004, cuando no supo enviar un mensaje de reconciliación nacional después de los atentados del 11 de marzo, estirando de una manera insensata la hipótesis de la autoría de ETA. La segunda gran derrota llega ahora, después de haber empujado a su pupilo a una política de frente nacional que ha movilizado a la izquierda y provocado una auténtica marea defensiva en Catalunya y el País Vasco. Siempre el mismo error. Pedro Arriola, el sociólogo de cabecera del PP durante tantos años, lo advertía: “Cuidado con movilizar a la izquierda”.

Aznar vuelve a ser cuestionado. El nombramiento de Cayetana Álvarez de Toledo como nueva portavoz parlamentaria puede entrar en puntos suspensivos. Mariano Rajoy en algún momento dirá algo, después del 26 de mayo. Ahora la imperiosa obligación de Casado es intentar salvar los muebles, evitar una debacle en las tres elecciones de mayo, conquistar la alcaldía de Madrid y mantener la presidencia de la comunidad. El campo de batalla ahora vuelve a ser Madrid.

El Partido Popular está muy mal, pero no hay que darlo por muerto. Su función Alfa está seriamente averiada, pero sigue siendo la principal estructura de partido que opera en España. El bandazo de Casado respecto a Vox puede parecer increíble e incluso provocar la risa –hace cuatro días les proponía un gobierno de coalición– pero modifica el cuadro de Colón. Empieza a dislocarse el bloque de Sevilla. El súbito movimiento de Pablo Casado deja a Albert Rivera sin coartada para el pacto automático con Vox. Los socialistas van tomando nota.